POÉTICA DE LA CIUDAD
GUILLERMO BUSUTIL
El secreto del poeta es la isla de la intimidad a la que regresa a solas o desde dentro de una palabra que es su memoria. Cada cual tiene su territorio -natal de su felicidad o de la experiencia que lo ha hecho- donde se guarece, comparte o conversa con su reverso, su deseo o su rumbo. Un lugar al que han dejado asomarse a Paco Negre para que les retrate su pertenencia, el paisaje de una identidad, la orilla a la que de vez en cuando vuelven en busca de los pájaros que quedan de su infancia; de las voces que les ayudaron a darle pisadas a su escritura; del espejo frente al que desmaquillarse el ego, el simulacro, el don de su palabra y el temblor de la que nacen. Otros lugares son el patio interior de las emociones en calma, el primer tablero donde eligieron ser su pieza del ajedrez, el instante fijo de la marea de la ciudad y del mar que los define como poetas.
A cada nombre femenino y masculino de una sensibilidad desde la que entenderse con la vida y preguntarle, Paco Negre le ha enfocado, en «Poéticas de la ciudad» abiertas en la sala del Centro Cultural Generación del 27 hasta el 8 de enero, el gesto y el lenguaje de estos 25 apellidos ilustres de la poesía malagueña y a sus paisajes les ha orlado la luz que los representa, el detalle del aliento los significa, su silencio, su grandeza, su quietud o su movimiento. Lo que cada escenario transmite como un verbo y un sujeto del que cada poeta es su adjetivo, y su pronombre. De fondo deja cada fotografía el misterio, lo no aprehendido pero se intuye, lo borroso y que apenas se expone, igual que una metáfora de lo que es el fondo del poema al que ellas y ellos han de iluminarle su resplandor y su sentido.
Aurora Luque como una Circe, diosa entre las sirenas, sobre un acantilado de la playa del Peñón del Cuervo donde escucha la conciencia de las olas, y a la que el viento vuelve a su Ítaca. Isabel Bono anónima en la habitación de hotel donde todos somos nadie y sólo soñamos para nosotros. Chantal Maillard, de negro frágil en su resistencia férrea ante los muros rojos de cualquier adversidad. María Eloy García flaneuse del trasiego de la prisa y de los anhelos entre relámpagos de publicidad y consumo del tiempo. Isabel Pérez Montalbán, regia en su dignidad de combatiente allí donde la periferia es un desierto invisible. Dandi de todos los destierros de la soledad y de la filosofía de lo poético, Curro Fortuny ya de vuelta de todas las batallas. Sueña con los libros que le mecieron sus primeros versos y su aventurarse al otro lado de lo efímero, Sonia Marpez en la biblioteca de un jardín, equidistante del botánico donde Esther Morillas es el enigma de un flor. Violeta Niebla igual que el estribillo pop de una canción de verano donde termina el azul.
Enmarca en el sigiloso visor Paco Negre el Egeo vencido en sus columnas donde Antonio Jiménez Millán resiste como Neptuno apretando del mar toda su literatura entre sus brazos, y Francisco Ruiz Noguera custodo de la palma de la mano pájaro de Rafael Pérez Estrada en la que el destino sucede, se posa y vuela. Y hace reír a Pepe Infante, igual que Ulises en su retorno a la felicidad. No faltan poetas, como Rafael Ballesteros, que regresan a la calle de su infancia entre dos cuestas: la del dolor del esfuerzo que sube con trabajo, la de la risa de los niños que corre como una cometa. Los que en el sueño de los muertos encuentran el destello de lo que son, aquellos que en las barras americanas de los mitos inspiraron su estética Dorian Gray.
Ángelo Néstore. Ben Clark, Juanma Villalba, Alfredo Taján, Jorge Villalobos, Álvaro Galán y algunos más anidados allí donde su memoria guardan.
¿En qué poema de la ciudad habitan los poetas? Paco Negre te lo muestra con su mirada, y a ti te queda leer los versos que dentro de sus fotografías te cuentan a los ojos
