ASPERONES

Las Personas

GUILLERMO BUSUTIL NIDOS DE NEGRE

Los Asperones es un álbum de familias al oeste de la periferia de la vida. A sus páginas de asfalto en bruto y de campos estériles -a las que nunca regresa el olvido con memoria de culpa- puede uno asomarse con sigilo y acompañado de un maestro contra la desidia y la adversidad. Junto a un fotógrafo que mira despacio, sin hacer ruido, con el tacto para el trato con la invisibilidad de los desterrados. De las miradas hacia fuera que enseguida retan en sus días sin tiempo, pausadas en las esquinas, saliendo al paso como quien defiende su camino del forastero que aparece de paso, y a qué no saben. Ese gesto arisco es su manera de esconderse hacia dentro. Se saben vulnerables, a pesar de que mujeres y hombres exhiban sus cicatrices de la tinta de los tatuajes, y en el corazón de sus ojos el sol deslumbrado con misterio de noche.

Los Asperones son una equis de pulgar e índice marcados en un barrio de ninguna parte, donde no se reparte el correo y la única esperanza es salir de sus calles sin recodos, alineadas como trincheras, abiertas en seco igual que venas de un mapa sobre el que la lluvia, cualquier clase de lluvia, silba de largo. En Los Asperones cada familia es un patio, y en cada una existe un gallo de raza, una colchoneta a la puerta a la que quemarle la espuma manchada para extraerle el esqueleto que sirve para todo. También hay cigarrones con sonrisas descalzas que juegan a cazar cigarrones dentro de una botella. Desconocen en su travesura que son ellos mismos en un espejo. A pesar de todo lo que pesa cuesta arriba, cuesta abajo, de cada casa, de cada patio, de cada familia, de cada calle y la intemperie que todo lo cose como una cuerda de esparto, brota un sueño de ojos vivarachos y en la Escuela de Patxi se convierte en estrella. 

Las he visto revolotear a la intemperie de todas sus edades, en el recreo, en la plaza de los Derechos de la Infancia, y con la voz en alto en sus clases, donde aprenden a coro que Caerse está permitido, y levantarse es obligatorio. Que más allá hay vida, y no se queden con soñarse estrellas con pupilas del color de las ramas de olivo. Igual que rosas silvestres o marchistas trepando por las tapias y arraigadas entre escombros. Lo mismo que violetas de invierno y troncos de roble. Madres, mujeres, chiquillas y felinos con lumbre en la sangre, y una gota de leche en la oscuridad de sus sueños. Orgullosas, rebeldes, capaces cuando quieren, asomados a los ojos de Paco Negre convirtiendo su duende, magullado o libre, en cromos de la ternura, en peces de colores, en potros que corren por dentro de un poema salvaje. En la fuerza de un tótem alrededor del que cantan todas las mujeres lo telúrico de la vida, en una isla rodeada de basura por todas partes de su marea en alambrada.

Es morena la esperanza en Los Asperones. A veces también albina y con un grillo o el plenilunio en sus pupilas. La he visto humana, limpia, de arroyo en costra, deprimida sin coraje, víctima de violencias de pareja, matriarcal de los suyos alrededor de una cocina, mucho sacrificio y una virgen, enamorada en un nido con piano y teléfono rojo. La he contemplado de cerca, de a pie, de soslayo, de frente. A través del enfoque sensible, austero, honesto de Paco Negre que es un hombre sereno, un fotógrafo del silencio. Él observa, piensa, siente, encuadra, se sienta educado entre los claroscuros de sus figuras y dispara. Tango, soleá, seguiriya. A cada cual le asoma al rostro la luna en el fondo de un pozo de sombra, el rescoldo de la tristeza de la que quizás prenda una llama. La alegría espontánea a contramano de la adversidad. Una felicidad acróbata que anhela llegar a tiempo a un destino diferente.

Ahora tú has entrado con las fotografías de Negre en su isla, en sus calles, en sus patios, en sus casas, en sus árboles de familia, en la penumbra sobre un mantel de hule y el ajuar de muchos trastos a los que inventarle para algo. Si observas callado, atento, sin distancia sospechosa de ninguna clase, verás que, de todas las imágenes, de repente se escabulle con las alas al viento un pájaro que canta. Siempre hay uno en los nidos de Negre.

Paco Negre